El amor entre una diosa y un guerrero
Cuenta la leyenda que en lo que hoy es la provincia de Córdoba, en lo profundo del Mar de Ansenuza (Mar Chiquita), que por aquel entonces era de agua dulce, vivía la diosa del agua, muy bella, pero caprichosa y egoísta.
Nunca se había enamorado de nadie, aunque no le faltaran pretendientes.
Un día vio llegar a la costa a un aborigen malherido en una guerra, quien le sonrió tristemente, lamentando no poder sobrevivir para admirar su hermosura y ella quedó perdidamente enamorada de él. Salió a la tierra para ayudarlo y, al cruzarse sus miradas, sintieron que un hechizo de amor les llenaba el alma.
Por culpa de la gravedad de la herida, la diosa creyó no poder salvar al guerrero, que cerró los ojos para siempre, descansando en sus brazos. Sin poder contenerse, llena de angustia y de tristeza, la diosa comenzó a llorar sobre las heridas de su amado y con ella también lloraron las nubes y cayeron fuertemente los rayos. Las aguas, que siempre habían estado quietas y mansas, comenzaron a agitarse furiosamente.
Al amanecer, el joven despertó y vio que todas sus heridas habían cicatrizado gracias a las lágrimas curativas de la diosa. La playa estaba blanca y las aguas eran turbias y saladas, pero su amada ya no estaba más. El guerrero comenzó a buscarla desesperadamente; comenzó a nadar laguna adentro, alejándose cada vez más y más de la costa hasta que comprendió que jamás la encontraría. De repente, sintió que su cuerpo flotaba como si alguien lo protegiera y lo acariciara, y entonces descubrió que el alma de su amada viviría allí para siempre.
Las nubes, testigos de aquél gran amor, imploraron al sol para que uniera sus almas de alguna manera y fue entonces cuando el joven guerrero se convirtió en un elegante flamenco que desde entonces custodia como un fiel guardián las aguas curativas y amorosas del Mar de Ansenuza.¤