El gran pueblo argentino. ¿Víctima o cómplice?

CristinaComo tantas otras cosas en la vida, cuando se analiza el tema de las culpas, en la mayoría de los sucesos que marcan la vida de los seres humanos (divorcios, disolución de sociedades, irreconciliables separaciones entre hermanos, etc.) nos encontraremos, salvo excepciones, que en un alto porcentaje las culpas son compartidas. Quizás sí podríamos ponernos a discutir si hay una culpa mayor de cual o tal lado.
¿En la vida institucional de los países es también así?

Argentina se ha convertido en un caso paradójico, digno de figurar en el Libro de los Records de Guinness, por haber pasado de ser uno de los países de mejor presente y con mayores perspectivas de alcanzar un futuro promisorio para todos sus habitantes, (históricamente, para la vida de una nación, 60 años no es nada), para transformarse en este desconcertante y desorganizado país del tercer mundo.
Seguir con la cantinela de echarle todas las culpas a los demás y nada a nosotros, ya hasta parece enfermizo. Que los Estados Unidos, que la CIA, que el FMI, que el Banco Mundial, que la Comunidad Europea, que los militares, que los gobiernos anteriores, etc. Hagámonos cargo; dicen que el primer paso para la cura de una enfermedad o una psicopatía es reconocer la enfermedad. ¿Cuándo daremos el primer paso para el reconocimiento de nuestra enfermedad?
El sociólogo Syed Hussein Alatas hizo una caracterización de la corrupción que podría ser aplicada en cualquier sociedad: involucra a más de una persona, implica cierta discreción y un compromiso mutuo de delinquir y de silenciar, y se suele encubrir con justificaciones legales, económicas, políticas y hasta morales.
Con esto se trata de esclarecer lo dicho en un principio sobre las culpas y lo dicho después sobre a los que culpamos; como dice el sociólogo, la corrupción involucra a más de una persona y hay como un compromiso mutuo de delinquir.
Pero la relación que más nos interesa hoy, a escasos dos meses de las elecciones presidenciales en nuestro país, es la que se da entre gobierno y pueblo.
Debemos tener en cuenta que al votar no podemos tirarle la pelota al elegido, esperando que solucione mágicamente todos nuestros problemas.  Debemos analizar antes de votar que nuestra decisión podrá implicar un cambio  -bueno o malo - y hacernos cargo de lo que elegimos y luego fiscalizar desde nuestro voto para dar premios y castigos a los que lo merezcan de acuerdo a cómo se hicieron las cosas.
Pero parecería, por lo menos en nuestro país, que nuestra instrucción cívica llegó sólo hasta el sufragio; lo demás no lo aprendimos o faltamos a la clase.
Y entonces, durante años venimos votando a los mismos, los aplaudimos mientras creemos que todo está bien y los sacrificamos cuando todo viene mal. Pero no aprendemos y seguimos votando a los mismos que desde hace años han convertido a nuestro país en el país de las promesas eternas.
Estamos entrando en otro momento sumamente importante para la vida institucional del país. Como en todo año electoral, se hace muy difícil encontrar algún tema político de los últimos tiempos que no esté directa o indirectamente relacionado con el clima electoral. Influido, contaminado. Y si bien este es todo un dato a tener muy en cuenta a la hora de analizar la información, esto no quiere decir que mucho de lo que nos enteramos es absolutamente mentira y sólo es parte de campañas sucias. Porque en los últimos tiempos recrudecieron las denuncias y el gobierno actual, con su intento de poner todo bajo la alfombra, pareció ayudar a los denunciantes más que a ellos mismos. Parece que es tal la magnitud de algunas cosas, que les explotan en las manos y se quedan sin saber qué hacer.
Denuncias, mal olor, ¿Pero podemos creer que esto sólo es efecto de la campaña? ¿Creer, como a muchos les gusta creer o hacernos creer, que se trata de una campaña orquestada por todos los malos del mundo que le tienen tanto miedo al “resurgir” argentino, que van a hacer lo imposible para detenerlo?
En los últimos tres o cuatro meses volvió a quedar en evidencia que la corrupción es el aceite que hace funcionar al motor de la política y con el que se llenan los bolsillos los funcionarios de turno. Es muy raro encontrarse con tantas evidencias de corrupción en tan poco tiempo:
1) La empresa sueca Skanska admitió que pagó sobornos a funcionarios que trabajaban en un edificio ubicado frente a la Plaza de Mayo.
2) La ministra Felisa Miceli reconoció que una bolsa con miles de dólares aparecida en el baño del ministerio de Economía, era suya.
3) Un avión contratado por el gobierno llegó a Aeroparque con una valija con 800 mil dólares para ser ingresada ilegalmente por la Aduana, en medio de acuerdos de obra pública con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Los pasajeros eran funcionarios argentinos y venezolanos.
Ante estos tres megaescándalos quedaron opacados, incluso, el polémico uso de fondos públicos de la secretaria de Medio Ambiente, el contrabando de armamento que puso en jaque a la ministra de Defensa, además del dibujo de la inflación, productividad y desempleo.
Las coimas de Skanska, la bolsa de Felisa y el avión de las valijas negras representan un viaje por la ilegalidad de difícil retorno. Pero este último y la foto con los 800 mil dólares mirando a la cámara, devela mucho más que un vuelto puntual. Es la terrible comprobación de que las peores sospechas eran ciertas. Este gobierno es tan o más corrupto que los anteriores. Por eso, estos últimos días fueron un cachetazo para todos.
Pero toda esta catarata de información y denuncias contrasta contra las encuestas que muestran una imponente intención de voto para la candidata kirchnerista.
Para muchos esto es una paradoja, pero sucede que se ha instalado otra vez en la sociedad, como en la época de Menem, la impresentable frase: “Roban pero hacen”. Y la otra cuestión que tan bien ha instalado en la opinión pública este gobierno, es que la oposición “no existe”.
Algunos analistas políticos ven en este hecho que la gente apuesta al malo conocido; otros, sin decirlo, llegan a la conclusión de que el pueblo es bobo.
Volviendo al tema de las culpas, vemos que una mayoría sigue votando por el estado actual de su bolsillo y no por la calidad de sus gobernantes y por mejorar la calidad de la democracia. Recordando todos los casos de corrupción de este gobierno, la compra de los medios de información pública y la desinformación pública del INDEC y sumándole que en las últimas semanas, el Presidente por decreto e ignorando al Congreso, agregó al presupuesto nacional 5000 millones de dólares para hacer obra pública ¿a dos meses de las elecciones?, demostrando con qué impunidad se cuenta para hacer uso del dinero público como si fuera dinero privado.
Y así y todo, este gobierno está primero en la intención de voto, y será premiado con cuatro años más. Todo esto me lleva a la conclusión de que el pueblo no es víctima, ni tampoco es bobo: nuestro pueblo es cómplice. ® 

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