Editorial • Agosto 2017

Editorial

Se presenta frente a las cámaras como un Charles Manson villero, asegura que no le tiene miedo a nada, que vive de la cabeza por tanta droga, que tiene más experiencia que todos los canas del barrio y que ya ha matado a un transa mientras que a otro que lo quiso pasar con la guita le metió un balazo en el cuello que le entró por un lado y le salió por el otro. Es el relato de un sicario, de un tipo ya jugado que sabe que cada paso en su vida es cuestión de matar o que te maten, de aquel que solo reacciona por instinto porque su capacidad de razonar ha quedado adormecida por la droga, o los golpes, o la desnutrición, o todo eso junto. Pero al Polaquito, el argentino que de la noche a la mañana se transformó en el delincuente más famoso del país, no le dan los números para ser todo lo que dice ser. No le dan los números de su altura, de su edad, de su lista oficial de víctimas... Triste mezcla de pitufo y Scarface, a los 11 años, o 12, quién sabe, el Polaquito es el nuevo paradigma del pibe chorro del conurbano bonaerense, porque ahora vienen cada vez más jovencitos, cada vez más niños. Uno lo imagina con un arma en la mano y supone que el peso del metal le doblaría los dedos, o disparando y cerrando los ojos al mismo tiempo como reacción al ruido. No sería impensado verlo fumando paco en el patio trasero de su casilla de chapa y cartón mientras juega a los soldados con dos o tres muñequitos roñosos que encontró o robó por ahí.


Durante la entrevista, difundida en el programa Periodismo para Todos de Jorge Lanata, se vende como el más pesado entre los pesados de un barrio superpesado. Usa el lenguaje del bajo mundo en el que vive, y hasta parece intentar intimidar a su entrevistador, no sea cosa que no le crean y lo dejen en ridículo en la televisión nacional. Pero algo parece forzado, como que su relato suena muy armado, más producto del divague de un chico con un coeficiente intelectual típico de su condición social y familiar que de la cruda realidad en la que sin dudas vive.
Se sabe por reportes policiales que el Polaquito es bravo, un peligro hasta para el peligroso barrio que habita. Sus vecinos lo conocen y evitan cruzárselo en la calle una vez que el sol se ha puesto en el horizonte, e incluso a plena luz del día. Hay registros de video en el que se lo ve intentando, sin éxito, escapar de la policía luego de robar una moto ridículamente grande para su tamaño de chico mal alimentado. Pero de los supuestos asesinatos y habilidad para el manejo de armas, poco y nada.
Su caso es objeto del debate más intenso de hoy en la Argentina, a pesar de las elecciones que se vienen, a pesar de la recuperación o no de la economía, de las fuertes declaraciones de Macri, de Cristina, de Massa, de Carrió, de Durán Barba o de Mirta Legrand. Hoy en día la gran estrella mediática es el Polaquito. ¿Se trató de una entrevista armada? ¿Fue obligado por la policía a conversar con el periodista? ¿Fueron vulnerados sus derechos a la privacidad del niño? ¿Alguien hubiese siquiera hablado de él a no ser por la entrevista? ¿Algún juez lo hubiese obligado, como pasó apenas unas horas después de la emisión del programa, a internarse para tratar su adicción a las drogas?
El caso recién comienza y promete tener repercusiones serias. Por un lado, Jorge Lanata ya tiene mil batallas de este tipo y no le faltarán medios para responder a cualquier acción legal que puedan presentarle. Del otro lado se encuentra el grupo Movimiento de Trabajadores Excluidos, el cual asiste a la madre del Polaquito y es liderado por Juan Grabois, una especie de niño mimado del Papa Francisco en la Argentina, quien acusó al periodista de violar las leyes y tratados internacionales de los derechos del niño, y usar la imagen de un chico enfermo para vender un producto comercial.
Lo más notable es que la reacción popular nunca cambia: todos sabemos muy bien de la existencia de miles de polaquitos en los barrios marginales de Argentina, sabemos muy bien que crecen en la miseria y la violencia diaria y que sus vidas tienen los días contados, y que muy pocos se ocupan de ellos. Pero cada vez que un polaquito aparece en las noticias con un revólver en la mano u obnubilado por las drogas, todos nos quedamos espantados y con la boca abierta. ¤

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