Una artista que resistió los rótulos
Si bien su nombre nos remonta al folclore argentino, Ginamaría Hidalgo es una de las artistas argentinas más difíciles de encasillar.
Quien la hubiera conocido en los comienzos de su carrera, hubiese apostado por verla danzando en los principales escenarios del mundo, o bien cantando ópera en el Teatro Colón de Buenos Aires o La Scala de Milán. Nadie se hubiese sorprendido si terminaba enfilando para el lado de la actuación, o a puro tango, nomás, en las milongas porteñas. Al final, lo hizo todo.
Virginia Rosaura Hidalgo había nacido en Buenos Aires un 23 de agosto de 1927. Su padre era español y su madre portuguesa, pero sus contactos con la sangre ibérica no terminarían allí, ya que fue el virtuoso guitarrista Andrés Segovia su primer mentor, y luego estudiaría canto en Madrid bajo la tutela de Carlotha Dahamen Chao.
No es del todo conocido el hecho de que en los inicios de su carrera Hidalgo cantó en el Music Center de Los Angeles en una producción de Don Giovanni, de Mozart, además de participar como actriz en una película de cine llamada My gun is quick.
De regreso en Buenos Aires se dedicó de lleno a la música clásica, y en particular a la ópera, en la que pudo conjugar su talento como actriz con su ya increíble voz.
En 1963 debutó discográficamente con “Las canciones que canta Ginamaría”; a partir de allí, incursionaría en el folclore y el tango, y editaría a lo largo de su carrera una treintena de discos.
Durante la década del 70, Ginamaría Hidalgo alcanzó tal popularidad que su fama trascendió las fronteras, llegando a ser aclamada en varios países de Latinoamérica, Estados Unidos, Europa y Japón.
Entre sus interpretaciones más recordadas, podemos mencionar Tonada de un viejo amor, Volveré alguna vez, Ave María, La pulpera de Santa Lucía, y Memorias de una vieja canción.
Falleció en el 2004 en su Buenos Aires natal, que aún la recuerda como a una de las mejores voces surgidas sobre el asfalto de la gran ciudad. ¤