Editorial • Agosto 2022

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Es un tema recurrente en las páginas de El Suplemento, y en particular de esta editorial. A pesar de que se viene instalando desde hace años, anestesiándonos a cuentagotas, de vez en cuando un hecho aislado, la publicación de una cifra astronómica para la mayoría de nosotros, la declaración irracional de algún que otro potentado hablando desde una nube mientras saborea un martini, lo trae nuevamente al tapete. El tema es la riqueza en el mundo, y cómo nos vamos acostumbrando a que cada vez se concentre más en menos manos. O, deberíamos decir, en menos cuentas bancarias.

Si algo diferenciaba a los Estados Unidos de los sistemas opresivos era una clase media acomodada y frondosa que gozaba de libertad política, pero también económica. A esa clase media a la que la mayoría de nosotros pertenecíamos hasta no hace mucho, nos bastaba con tener un trabajo estable para no pasar penurias económicas. Hoy, lo que debería ser un escándalo, se ha hecho irremediable y aceptado.
El famoso 1% de los estadounidenses posee el 40% de la riqueza total, un dato que no sorprendería a nadie en una monarquía a la antigua o en una de esas dictaduras africanas que de tanto en tanto aparecen en las páginas de la National Geographic. Pero ¿es posible esta realidad en un país democrático como el nuestro?
La brecha económica entre el pueblo trabajador (y en esto incluimos no solo a los trabajadores de pala y martillo, sino también a profesionales, comerciantes, artistas, etc) y los one-percenters se incrementa exponencialmente, pero lo que nos separa a unos de los otros va más allá del dinero. Los billonarios parecen vivir en otra dimensión, totalmente desconectados de la realidad del resto.
En 1950, un alto ejecutivo promedio de cualquier empresa importante ganaba unas 20 veces más que el empleado promedio de su empresa; hoy gana un promedio de 361 veces más. No se duplicó la brecha, ni se cuadriplicó (lo que sería ya de por sí un escándalo), sino que aumentó tantas veces que los números pierden significado.
Casi un tercio de los billonarios del mundo son estadounidenses, algo que no sería demasiado relevante a no ser porque nuestra clase media está siendo aniquilada y buena parte de los trabajadores del país, los que verdaderamente producen la riqueza, se encuentran a menudo peleando para pagar el alquiler a fin de mes o seleccionando segundas marcas en el supermercado, algo que escuchábamos con horror cuando algún amigo nos lo planteaba desde Argentina.
El 0,1% más rico del país acumula tanta riqueza como el 90% de los del fondo. Los 400 estadounidenses más ricos poseen más riqueza que todas las familias afroamericanas y un cuarto de las familias latinas combinadas. Con estos datos, la senadora demócrata Elizabeth Warren propuso un impuesto anual de 2%, o sea, 2 centavos por cada dólar, para las familias con una riqueza de más de 50 millones, que se calculan en alrededor de tan solo 75 mil en todo el país. La propuesta, que para estos millonarios no representaría más que una pequeñísima contribución al país, generaría $3,75 trillones de dólares durante los próximos 10 años, que la senadora propone gastar en ofrecer escuelas técnicas y facultades de cuatro años sin costo para los estudiantes, financiar Medicare para todos, proveer cuidado infantil universal, y cancelar los abusivos préstamos estudiantiles, entre otras opciones. Como era de esperar, los privilegiados pelean por mantener sus privilegios, sobre todo a través de los ladridos de sus políticos y periodistas a sueldo.
Según recientes encuestas, un 70% de los estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, está de acuerdo en aumentar impuestos a las grandes fortunas, aún sin saber que, en realidad, muchos de esos millonarios no pagan absolutamente nada de impuestos.
Por supuesto, no se trata tan solo de crear impuestos o hacer que los que más tienen paguen lo que les corresponde; el sistema económico entero ha sido amañado para beneficiar a los más ricos y perjudicar a la clase media y baja del país, y eso hay que examinarlo y corregirlo, porque es una causa fundamental del deterioro de los Estados Unidos como potencia mundial. No se plantea una revolución, sino simplemente regresar a las bases de un sistema que hizo de este uno de los más grandes países en la historia del mundo.
Más allá de esta propuesta en particular, creemos que este es un debate que tarde o temprano se debe dar, para no sorprendernos si un día en el futuro no muy lejano nos encontramos viviendo en una de esas distopías que tan bien imaginaron los escritores de ciencia ficción de los años 60. ¤

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