Femicidas Kamikazes

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No hay botón antipánico que logre disminuir los crímenes en contra de las mujeres por parte de sus parejas
Una verdadera plaga de crímenes, sangre y dolor asola la Argentina. Son miles las mujeres que ya han sido asesinadas salvajemente por sus maridos, parejas o concubinos. Hasta ahora, todas las medidas que se han tomado resultaron inútiles, desde la restricción perimetral hasta el botón antipánico, por ejemplo.

El botón antipánico en teoría sirve para que la víctima lo ponga en funcionamiento ante un peligro inminente cuando se encuentra ante una situación de vida o muerte, pero nunca dio resultado en situaciones límites. Los hechos así lo demuestran: hay decenas de víctimas que llevaban el botón antipánico encima y a pesar de apretarlo murieron violentamente. Nada lo impidió.
Giuliana Marianela Silva (de 19 años) había obtenido una restricción perimetral y botón antipánico para prevenirse de la violencia de Rodolfo Tissera (de 40 años), su ex pareja. El 7 de julio pasado Giuliana accionó el botón antipánico, pero fue inútil. Tissera la asesinó de tres balazos (dos en el tórax y uno en la cabeza). Un pequeño niño de tan solo un año y medio quedo huérfano. Pero el de Giuliana no fue el único caso.

“A través de los casos de femicidios que suceden día a día se puede deducir que los asesinos actúan como kamikazes; ellos solo quieren asesinar a sus ex parejas, sea como sea y a cualquier costo”

Cinco años atrás, el 15 de abril de 2015, Mauro Bongiovanni asesinó a puñaladas a su ex pareja María Eugenia Lanzetti. Lo hizo en el aula de la guardería donde ella trabajaba y frente a un grupo de alumnos de dos y tres años. Por las reiteradas denuncias de agresiones, Bongiovanni tenía una orden de restricción y María Eugenia tenía un botón antipánico.
Cabe señalar que en este caso el asesino vivía a media cuadra de su ex mujer, con quien tenía dos hijos de 17 y 22 años.
Para colmo de males, el fiscal Bernardo Alberione, quien llevaba la causa, aseguró que la Justicia había cumplido todos los pasos procesales previstos. Es decir, que las autoridades habían llevado a cabo un “estricto cumplimiento” del protocolo previsto para casos de violencia de género.

Gente rota y dispuesta a todo
¿Entonces qué protección real pueden recibir las víctimas potenciales? A la luz de los hechos, ninguno. La sangre derramada indica que debe invertirse la forma de pensar, actualizar urgentemente la legislación y considerar a los femicidas como kamikazes. ¿Por qué? Sencillamente porque se comportan como tales.
En octubre de 1944 los japoneses eran conscientes que perdían la guerra contra los Estados Unidos, y como no contaban con equipamiento militar decidieron crear una fuerza de soldados suicidas, los ahora famosos kamikazes. El objetivo de estos era asestar el golpe más mortífero posible a la flota de guerra estadounidense cercana a las Filipinas, que llevarían a cabo suicidándose en el intento. Los hechos demostraron que esa extrema y desesperada medida bélica no tuvo éxito, aunque la idea de suicidarse o matar a cualquier costo quedó instalada en el imaginario popular.
A través de los casos de femicidios que se suceden día a día se puede deducir que los asesinos actúan como kamikazes; ellos solo quieren asesinar a sus ex parejas, sea como sea y a cualquier costo. De hecho, hay cientos de femicidas que, una vez concretado el asesinato, se suicidan.
Entonces, tan solo con ver a una persona violenta, “sacada”, despechada o resentida, la ley, los fiscales y los jueces deberían empezar a considerar a estos hombres ni más ni menos que como kamikazes. En la misma situación que los vieron los marinos estadounidenses en las Filipinas: acercándose a sus blancos con el fin de matar y lo más importante, dispuestos a morir en el intento.
No hay otra posibilidad. Los cientos de asesinatos que se suceden ininterrumpidamente a través de los años demuestran que las inútiles medidas de cercos perimetrales y botones antipánico no dan ningún resultado.
Además de las víctimas directas, ya son muchos los niños o jóvenes que quedan huérfanos a causa de los femicidios, e incluso se cuentan de a decenas los casos en los que los femicidas asesinan a los hijos de las víctimas para hacerlas sufrir más.

Contra las mujeres… y los niños
Como estas historias trágicas tienen nombre y apellido, merecen ser recordadas. La noche del 22 de mayo de 1993, en la provincia de San Juan, Francisco Washington Simone asesinó a su pequeño hijo Lucas, un niño de apenas 4 años, para hacer sufrir a su madre, Haydee. Antes de consumar el asesinato, Haydee se dio cuenta de las intenciones de su ex marido. Por eso le suplicó: “Matame a mí, pero no le hagas daño a los niños”. La respuesta de Francisco fue “los niños van a ser tu sufrimiento…”. Y acto seguido, frente a su suegra, sus cuñados y su ex mujer disparó un tiro en la cabeza a la criatura de 4 años. Ante esto, todos se abalanzaron para detenerlo, pero apenas pudieron. El asesino quiso matar a su otro hijo Federico, de 9 años. Afortunadamente, no llegó a concretarlo, aunque le disparó en una mano. Lo peor de esta historia es que la Sala II de la Cámara en lo Penal y Correccional a cargo de los jueces Juan Carlos Peluc Noguera, Félix Herrero Martín y Ramón Avellaneda consideraron que Francisco asesinó a su hijo en medio de una crisis de emoción violenta y en mayo de 1995 lo condenaron a una pena de 8 años de prisión por el delito de homicidio agravado por el vínculo en estado de emoción violenta y tentativa de homicidio agravado por el vínculo, también por emoción violenta. Francisco Washington Simone estuvo pocos años preso en el penal de Chimbas y al cumplir poco más de cuatro años y medio de su condena gozó de salidas transitorias hasta que recobró definitivamente la libertad. A través de sus contactos políticos, consiguió trabajo en la municipalidad de Caucete y volvió a formar una familia.

“Además de las víctimas directas, ya son muchos los niños o jóvenes que quedan huérfanos a causa de los femicidios”

Es hora de acabar con hechos aberrantes como estos. A los femicidas potenciales hay que considerarlos como kamikazes y actuar en consecuencia. Por medio de la ley y el poder judicial, inhabilitarlos para evitar que maten. ¤

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