Editorial • Febrero 2017

Editorial • Febrero 2017

Con una foto partida al medio, así comenzamos el año por aquí, en un país dividido entre la esperanza y el espanto. Del lado izquierdo, la foto ilustra la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump; del lado derecho, las marchas de millones de mujeres (y hombres) en ciudades de todo el país repudiando al nuevo mandatario por sus posturas misóginas y xenófobas, tan solo un día después.
La foto que nos llega, o que nos debería llegar a todos, desde nuestra lejana patria es la del aniversario número 20 del asesinato de nuestro colega José Luis Cabezas. “No se olviden de Cabezas” fue la frase con la que el periodismo demandó justicia durante todo este tiempo. Una frase que ustedes habrán leído en El Suplemento una y mil veces, y que hoy volvemos a pronunciar.
Los dos hechos, la asunción de Trump y el nuevo aniversario del asesinato de Cabezas, parecerían aislados, inconexos, pero tienen un hilo en común. Ya tendremos cuatro años para aplaudir o criticar las decisiones del nuevo mandatario estadounidense, y toda una vida para recordar al fotógrafo argentino. De hecho, los nuevos acontecimientos del caso Cabezas los publicamos en una nota aparte en esta misma revista. Pero hoy nos toca analizar el rol del periodismo en esta nueva era, una era que comienza a los tumbos con la flamante administración Trump.
Si las editoriales llevasen título, a esta la podríamos titular “El periodismo en los tiempos del cólera”.
Luego de un discurso inaugural en el que, lejos de bajar el tono agresivo que caracterizó su campaña y llamar a la reconciliación del país, el nuevo presidente se dedicó a denostar a sus adversarios y aliados políticos por igual, y en una de las primeras declaraciones públicas como jefe de la Casa Blanca, Trump se declaró “en guerra” contra un sector de la sociedad. ¿Las mujeres? ¿Los musulmanes? ¿Los inmigrantes? ¿Los actores de Hollywood? No, nos referimos a un nuevo frente de batalla, al periodismo.
Los embates del nuevo presidente contra los periodistas no son nada nuevo. Vale recordar su discusión con el conocido periodista de Univisión Jorge Ramos, quien fue sacado de una conferencia de prensa por personal de seguridad por hacer preguntas que molestaron a Trump, o más recientemente la que mantuvo con el periodista Jim Acosta, de la CNN, a quien ni siquiera le permitió hacer preguntas y acusó de crear “fake news”. Aliados y opositores suponían que una vez en el cargo su tono se moderaría para adaptarse a su nueva función de líder de todos los estadounidenses. Sin embargo, lejos de pacificar los ánimos, el mismo día de su asunción pronunció su sorprendente declaración de guerra: “Tengo una guerra en curso con los medios. Los periodistas están entre los seres humanos más deshonestos de la Tierra”, declaró Trump.
La frase, que dejó helados a muchos miembros de su propia tropa, se produjo tras la frustración oficial por la baja concurrencia a los actos de asunción, un hecho que hubiese resultado menor si no fuera porque el Secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, intentó ocultar divulgando información falsa. Spicer declaró que la toma de posesión de Trump contó con “la audiencia más grande jamás registrada en un acto de inauguración presidencial, tanto en personas que asistieron como telespectadores alrededor del mundo; y punto”, datos que el periodismo nacional no dejó de contrastar hasta probar su falsedad. Las autoridades del Washington Transit Authority divulgaron que la cantidad de pasajeros del metro durante el viernes de los actos oficiales fue la más baja desde los actos del 2005, cifras oficiales. Las fotos tomadas desde diferentes ángulos por diferentes medios y particulares, por su parte, muestran miles de personas más en los actos de inauguración del ex presidente Barack Obama que en la ceremonia de Trump. Y los datos del rating Nielsen divulgaron que en Estados Unidos fueron 31 millones de personas los que vieron los actos por televisión, 7 millones menos que los registrados durante la toma de posesión de Obama en el 2009, y 10 millones menos que los registrados cuando el republicano Ronald Reagan asumió como presidente. Según los distintos medios de prensa, no hay datos de ningún tipo que avalen las aseveraciones oficiales.
Ahora, ¿alguien se detuvo a analizar cuál es la importancia de que los actos de Trump hayan sido más o menos concurridos, o más o menos gente se haya sentado frente al televisor para verlos? ¿Es que el ego del nuevo mandatario se ha visto tocado por esto? ¿Es que sus opositores ya están festejando lo “impopular” que es? ¿Cuál es la importancia? Lo que hubiese pasado como una anécdota más entre todas las que se viven casi a diario en la vida política de cualquier país, tomó relevancia por la virulencia con la que desde el gobierno se atacó a la prensa, con Spicer reaccionando intempestivamente y acusando al periodismo de “deliberatively false reporting”, falsear los reportes de manera deliberada.
 “El rol del buen periodismo”, declaró alguna vez el fundador de Wikileaks, Julian Assange, “es enfrentarse contra los abusadores poderosos, y cuando éstos son enfrentados, siempre hay una mala reacción. Ahí nace la controversia, y creemos que es bueno involucrarse en ella”. La frase ilustra el papel que deberá jugar el periodismo en una era de incertidumbre. Al mismo tiempo, siempre manteniendo la integridad de las opiniones y los valores éticos de la profesión, el periodismo debería evitar entrar en esa guerra declarada desde la nueva administración y reportar con objetividad las políticas que se lleven a cabo de aquí en más.
Otra vez, los primeros pasos no han sido alentadores, pero todo nuestro optimismo y buenos augurios están casi intactos. Una buena administración Trump significa el bienestar para el pueblo; si falla el gobierno, los perjudicados seremos todos nosotros.
De aquí en más nos toca esperar y ver cuál de los Donald Trumps será el nuevo presidente de los Estados Unidos. ¿Tendrá las características del payasesco “titán” de Wrestlemania? ¿El prepotente abusador que considera que por ser poderoso y tener dinero puede tomar a las mujeres por sus genitales y besarlas cuando se le ocurre sin ninguna consecuencia? ¿Será un nuevo estadista que basado en sus conocimientos de management empresarial continuará mejorando la economía, creará millones de buenos empleos para todos aquellos que los necesiten y se erigirá como un nuevo líder a nivel mundial gracias a su sabia política internacional? Todo esto, quizás como nunca antes en la historia reciente del país, es un verdadero misterio.
Y aquí estamos todos nosotros para registrarlo. Tiempos de incertidumbre, pero también de gran potencial hacia el futuro.¤

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