El sonido de su chicharra era inconfundible: de grave a agudo, y de agudo a grave.
El afilador recorría las calles de los barrios en una bicicleta adaptada para portar una rueda de piedra con la cual estos trabajadores ambulantes afilaban cuchillos, tijeras, y hasta máquinas de cortar pasto.
La rueda afiladora, apostada sobre el manubrio, se ponía a girar cuando el afilador le daba unas vigorosas pedaleadas en el aire a su bicicleta; a partir de allí se escuchaba el chirridido tradicional que atraía a los vecinos hasta este microemprendedor ambulante.
El oficio no se ha perdido del todo; en varios barrios de capital y las provicias del país aún circulan los afiladores en bicicleta, aunque últimamente, para desgracia de los honestos, muchos vecinos ya no confían en ellos, luego de que los casos de estafas y amenazas por parte de embaucadores se han vuelto recurrentes. ¤