Pulpería, fonda o restaurante, siempre una leyenda
Nació hace 131 años en una esquina de Barracas donde el barrio se hace río. Tardes de mate y guitarra, y noches de caña y de ginebra, convirtieron a “El puentecito” en un mito que ya es parte de la historia de la ciudad. Políticos, artistas y deportistas se acodaron alguna vez en su largo mostrador.
“Mi nombre es El puentecito; entre el humo de garito, de Barracas soy un hito, mis mientes vienen y van, vivo en Avenida Vieytes ochavando con Luján”. Con estos versos, alguna vez un payador quiso dar vida y voz al tradicional restaurante que con más de un siglo de funcionamiento, se convirtió en una institución para los vecinos de Barracas. “El puentecito” nacía en noviembre de 1873, a pocos metros de lo que hoy es el viejo “Puente Pueyrredón” (entonces, puente de Cálvez). Aunque algunos atribuyen a esta cercanía el motivo de su nombre, los que más conocen de su leyenda aseguran que en realidad hacía referencia a un pequeño puente de madera, bajo el cual corría un arroyo, muy cerca de la zona.
Allá por 1750 ese mismo lugar era una pulpería, donde los gauchos iban a tomar tragos de ginebra y caña. Sus actuales dueños descubrieron en el patio del local lo que había sido un depósito (un pozo de 5 metros de profundidad) que aún se sigue utilizando para mantener fresco el vino. No es mucho lo que se conserva de aquel entonces: sólo quedan rastros de lo que se llamaba “La matera”, una pieza en torno a la cual los hombres se sentaban en rueda a tomar mate. Con el correr del tiempo, el lugar fue cambiando de fisonomía. Pulpería, despacho de bebidas, almacén y finalmente fonda en 1873. En sus comienzos fue bautizada “La cancha” porque se jugaba a la pelota vasca en un frontón (con la mano y un paño de cuero). Los vascos lecheros que venían a caballo no dudaban en abandonar sus carros por un rato y detenerse en la cantina para disfrutar de buenas comidas, bebidas y diversión. Además de la pelota vasca, estaba la cancha de bochas. No sólo el público de barracas sino de todos los alrededores se entretenía en la fonda que permanecía abierta todo el día.
Aunque las canchas ya no existen más, la modalidad no cambió: como desde hace un siglo, “El puentecito” está siempre abierto. “Solamente cerramos en Navidad y Año Nuevo”, aclara David Debenedetti, uno de sus actuales dueños. Siendo el mozo de la cantina, David se convirtió en propietario allá por el año 1960. Entonces la fonda pasó a llamarse restaurante y poco a poco fue abriendo sus puertas a toda la familia, pues la cantina era el lugar habitual de un público exclusivamente masculino. “Venían sobre todo los trabajadores de los frigoríficos”, comenta Debenedetti.
Pero ¿quién no pasó alguna vez por “El puentecito”?, se pregunta un hombre mientras toma un trago en el mostrador donde puede verse una enorme bandera Argentina.
No sólo los vecinos, sino también políticos, artistas y figuras del deporte fueron dejando sus huellas y agregando capítulos a su historia. Desde los célebres balcones que dan a la esquina de Vieytes y Luján, Hipólito Irigoyen dio su memorable discurso, antes de ser presidente en 1912. También el diputado socialista boquense Alfredo Palacios eligió este tradicional restaurante para pronunciarse. Raúl Alfonsín es recordado como aquel habitual cliente que jamás olvidaba al mozo que lo atendía, cada vez que visitaba el lugar.
Otro de los fieles clientes del restaurante fue el famoso escultor Julio César Vergottini, gran amigo de Benito Quinquela Martín. “Eran como hermanos”, señala Debenedetti. También pasó por el lugar el ilustre cantor Angel Vargas, más conocido como el ruiseñor de las calles porteñas. “Era muy común que la gente viniera con sus guitarras y se pusiera a cantar. Había muy buenos cantores”, recuerda su dueño. Hasta los diferentes planteles de Independiente y Racing se hicieron eco de la notoriedad del restaurante.
El 20 de noviembre este clásico porteño cumplió 131 años. A pesar de que se conserven las rejas, marquesinas, puertas y ventanas “que nunca aflojan”, dice Debenedetti, lo cierto es que los años obligaron a transformar su antiguo estilo.
Cada uno de sus rincones transmite un pedacito de esas anécdotas que fueron dando vida y significado al lugar, como si pudiera oírse el susurro de viejos relatos de época, como si sus muros, testigos del transcurrir del tiempo, revelaran mágicamente aquellas historias del pasado.
“El Puentecito” abre sus puertas todos los días del año en Vieytes 1895, esquina Luján, en el barrio de Barracas. Ø