Kirchner y la República, a foja cero
A 20 años del regreso a la institucionalidad democrática, a la Constitución Nacional, el país recibe un presidente con particularidades y responsabilidades notables.
Para empezar deberíamos señalar que el ahora ex gobernador patagónico llega al gobierno sin generar las grandes expectativas que vimos en otras ocasiones. Recuerdo el optimismo descompensado de los años de Alfonsín cuando muchos vieron en él a un estadista de dimensiones enormes. También tengo presente la re-elección de Carlos Menem y su liderazgo que no pocos creyeron suficiente para solucionar la Argentina pos-dictadura. Más actual fue la expectativa de cambio social y cultural que despertó el triunfo de la Alianza en 1999, demostrando que con buenas intenciones y sin decisión ni iniciativas políticas era imposible gobernar. Los sistemas institucionales sin participación concreta de la ciudadanía quedan obsoletos. Democracia es saber quién es nuestro delegado barrial y tener cerca el teléfono de uno, dos o más concejales de nuestro municipio. ¿Empezamos por esto?
Lo de Kirchner es distinto a todo. El optimismo sobre sus habilidades está reducido a la mínima expresión, lo cual creo que (contrariamente a lo que se puede pensar) puede jugarle (jugarnos) a favor. Como algunos equipos de fútbol, que van de menor a mayor. La fórmula Kirchner-Scioli no reventó las urnas con votos. Tampoco endulzó discursos electorales con ideología ni rencores inútiles. Es más, dejó que los viejos de la política argentina quedaran expuestos al papelón mediático ya habitual.
Desde su cargo en el Poder Ejecutivo, Néstor Kirchner no es el único que tiene responsabilidades. Los banqueros y empresarios residentes en Argentina, cada uno de los integrantes del Congreso Nacional (Diputados y Senadores), Gobernadores e Intendentes y los integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tienen mucho por replantearse. Corregir egoísmos y, en algunos casos muy específicos, renunciar por la simple vergüenza de haber permitido el saqueo de los años que vivimos.
Este mes de Mayo de 2003, trajo a Buenos Aires a todos los medios de prensa internacionales y a numerosos jefes de Estados y Mandatarios (Ricardo Lagos, Hugo Toledo, Lula Da Silva, Fidel Castro, el príncipe Felipe, etc.) que se acercaron a ver si de una vez por todas somos capaces de dar vuelta la página de nuestra historia.
Lo obvio, a veces es difícil de advertir a simple vista. No obstante, conviene repetirnos en voz alta, después de tanta gloria y tanto fracaso, que Maradona ya no juega al fútbol (como en el '86), que Perón murió en julio de 1974 y que Gardel hubo, hay y habrá uno solo, por siempre...ojalá se entienda esto que escribo.
Después de equivocarnos todos los argentinos, ahora debemos diferenciar entre los individuos subordinados a sus propias miserias y los otros (muchos más) que pelean por superarse. Para ser justos, para ser serios, para encontrar soluciones no hace falta ni mano dura ni revoluciones de izquierda o derecha.
No hay magia en la economía. No existen recetas en las finanzas ni estructuras rígidas en los proyectos educativos y el desarrollo social de nuestra población. Lo que no debemos devaluar son los valores con los que queremos que nuestras nuevas generaciones crezcan. Dejemos la convertibilidad para el protagonista de Matrix o Lord of the Rings y miremos al vecino Brasil que no tiene miedo y elige, que no se cierra ni se abre al mundo: sencillamente, se sienta a dialogar con ideas y madurez suficiente.
Las Naciones, como las personas, siempre tienen la oportunidad de rehacerse. Inventarse un nuevo porvenir, descartando prejuicios y acumulando memoria y experiencias.
Por eso, este pasado 25 de Mayo de 2003, podría decirse que la república y sus ciudadanos vivieron en presente contínuo la Argentina en su hora cero. En hora buena. Ø