Las aguas de la “marea roja”, ese gran caudal de votos que recogería el Partido Republicano en las pasadas elecciones de medio término, se evaporaron en el camino. Si bien las “midterms” en este país suelen expresar un voto de insatisfacción para el gobierno en ejercicio, esta vez, los demócratas han perdido menos asientos en la Cámara de Representantes que cualquier otro gobierno demócrata en los últimos 40 años, y han obtenido los mejores resultados en las elecciones para gobernadores en elecciones de medio término desde 1986.
Los resultados representaron un fuerte apoyo a Joe Biden, a quien desde muchos sectores se lo intentó presentar como debilitado y repudiado por su pueblo. Pero, creemos, los votos expresaron algo más que un apoyo a su gestión: la mayoría de los estadounidenses enviaron un claro mensaje contra la polarización y los extremistas de izquierda o derecha, dándole un inconfundible respaldo a los candidatos moderados y dejando en las márgenes del sistema político del país a los tirabombas, a los maleducados, a los reaccionarios y a los que intentan hacer de nuestra democracia una autocracia autoritaria.
El gran perdedor de las pasadas elecciones fue, otra vez, el mayor impulsor de la grieta estadounidense, el expresidente Donald Trump. El afamado redactor y analista político conservador del New York Post, John Podhoretz, describió a Trump como “el equivalente político de una lata de Raid, es quizás el más profundo repelente de votos de la historia moderna estadounidense”.
Los candidatos republicanos se dieron cuenta de esto y trataron de mantener lejos a un Trump que se muestra cada día más frustrado y -nada nuevo en esto- más interesado en complacer su propio narcisismo que en las negativas repercusiones que sus actos y declaraciones generan para el Partido republicano. Pero ya era demasiado tarde para despegarse de un personaje que se les ha vuelto una pesada carga.
Un dato clave basta para cimentar este punto. No es secreto, y hasta se detalla en un informe publicado por Annie Linskey en el Washington Post, que para las primarias republicanas, varios comités y grupos de simpatizantes demócratas aportaron cerca de 53 millones de dólares a las campañas de los candidatos más “trumpistas”, los más extremistas de esta nueva derecha populista cristiana nacida con Trump para las elecciones presidenciales que lo llevaron a la Casa Blanca. La apuesta apuntaba a que sean los candidatos más extremistas los que ganaran las primarias republicanas, ya que consideraban -y no se equivocaron- que serían luego más fáciles de derrotar.
El Partido Republicano ya está pensando en cómo sacarse de encima el peso de Trump como para mirar con cierto optimismo a las próximas elecciones presidenciales. Los primeros en soltarle la mano fueron sus exsocios de la cadena de opinión Fox News, en donde Trump pasó de ser un entrevistado diario a no aparecer por los últimos tres meses. La comentarista ultraconservadora Laura Ingraham, otrora ferviente simpatizante de Trump, declaró que “El movimiento populista se basa en ideas, no en una persona en particular. Si los votantes se dan cuenta de que estás poniendo tu ego y rencores por delante de los intereses del país, van a buscar el liderazgo en otro lado”.
Más allá de los nombres, otro de los factores determinantes en los resultados de las pasadas elecciones fue la decisión de la Corte Suprema de Justicia de revocar el derecho de la mujer al aborto, lo que impulsó a millones de mujeres, que antes quizás no se molestaban en expresarse políticamente, a acudir a las urnas para hacer oír su disconformidad. Muchos candidatos republicanos entendieron esto y trataron de reenfocar sus posiciones, aunque, otra vez, demasiado tarde y con escasísima credibilidad.
Estados Unidos sigue dividido entre liberales y conservadores, pero la buena noticia es que parece ser que los extremistas están cayendo fuera de la consideración de las grandes mayorías, que hoy buscan a representantes más moderados, que ofrezcan más pan y menos circo.
Así terminamos un año en el que, por primera vez en lo que parece ser centurias, en la foto de los principales personajes del año ya no figuran ni el coronavirus ni Donald Trump. El futuro sigue abierto, y no es cuestión de distraerse, porque los desafíos que enfrentamos son muchos y van desde una economía globalizada que hunde a las clases medias cada vez más, hasta los incesantes tiroteos en las escuelas, y desde el calentamiento global y la crisis del agua hasta los costos de la salud pública, entre muchos otros temas de importancia que deberemos solucionar en el futuro inmediato.
Por lo pronto, no queremos dejar de pasar la oportunidad de desearles en esta editorial a todos los lectores y auspiciantes de El Suplemento un Feliz Año Nuevo y todo lo mejor para el 2023 que se viene. ¤