Editorial • Mayo 2021

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Muchas veces (especialmente antes del comienzo de la pandemia, cuando los estadios de fútbol estaban repletos de hinchas vociferantes) hemos pensado en voz alta que si toda la gente que se moviliza para los partidos de fútbol de los fines de semana lo hiciese también para reclamar por sus derechos, para protestar contra la corrupción o por educación y salud para todos, nuestra Argentina no estaría en la miserable situación en la que se encuentra desde hace ya décadas.
La tecnología, arma de doble filo si las hay, estableció nuevas modalidades de comunicación con la masificación de las redes sociales, los espacios de comentarios en los periódicos y revistas online, o los blogs. Esto nos posibilitó contactarnos con miles de personas de forma instantánea y organizar, de una semana para la otra y sin fotocopias ni pintadas en las paredes, una marcha de protesta o apoyo a cualquier causa, campañas de solidaridad o escraches, etc.
En el lado oscuro de esta nueva forma de comunicación se esconden las fake news, las más alocadas teorías conspirativas, o incluso las campañas para realizar actos delictivos o antidemocráticos, como el infame ataque al Congreso estadounidense del pasado 6 de enero. Pero hoy nos interesa remarcar otro de los aspectos negativos de la comunicación online. Nos referimos al nacimiento de una nueva generación de activistas sin actividad, aquellos “guerreros del teclado”, que desde las redes sociales o los espacios de comentarios en los medios de comunicación despotrican contra la injusticia, contra tal o cual personaje político, o lo que sea. Pero que más allá de eso… mucho no hacen.
Indignadísimos ciudadanos armados con una laptop y una taza de café al lado declaman que “cómo es posible que…”, “hay que terminar con…”, “salgamos a la calle para…” Y se quedan ahí. Quizás afuera hace frío, o por la tarde se larga a llover, o es que a esa hora justo juega San Lorenzo.
A otros les gana la apatía y la desesperanza, total, “nunca cambia nada en este país”. Los poderosos son demasiado poderosos, y nosotros no cortamos ni pinchamos. Pero a veces no nos damos cuenta que cortar y pinchar depende de la confianza que deberíamos tener en que las cosas cambian cuando los pueblos quieren que cambien. Y nos vamos a referir a un caso muy particular que se vivió dentro del mundo del deporte en los pasados días.
Doce de los más poderosos clubes de fútbol europeos (Manchester United, Manchester City, Liverpool, Arsenal, Chelsea y Tottenham Hotspur de Inglaterra; Barcelona, Real Madrid y Atlético Madrid de España; y Juventus, Milan e Inter, de Italia) decidieron de manera casi secreta crear una “Superliga” de fútbol para jugar entre ellos, es decir, los dueños de la pelota, relegando a los clubes con menos posibilidades económicas.
El proyecto, fogoneado por el poderoso empresario Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y poseedor de una gran fortuna que Forbes calcula en 2.300 millones de dólares, y apoyado por los dueños de los mencionados clubes, la mayoría oligarcas rusos, jeques del petróleo, o megaempresarios estadounidenses, venía gestándose en silencio desde hace algún tiempo, pero salió a promocionar su inminente lanzamiento a mediados de abril.
La idea no le cayó bien a nadie más que a ellos mismos, pero muy particularmente a los fans de los mismísimos clubes privilegiados que iban a disputarla, los que salieron masivamente a organizar protestas para que la Superliga no se haga. Ellos no querían que SUS clubes sean parte del torneo de la opulencia y el avasallamiento de los equipos ricos contra los modestos, de una manera tan segregativa. El disgusto fue tan grande, que al otro día dos de los clubes se habían retirado, al día siguiente fueron otros tres, y a las 72 horas la Superliga de los poderosos del fútbol se había desintegrado.
El Arsenal inglés emitió un comunicado de disculpas, recalcando que “escucharon a los hinchas” para dar marcha atrás con el torneo; Ed Woodward abandonó su cargo como CEO del Manchester United, y así uno por uno, algunos pidiendo disculpas y otros en silencio como quien no quiere la cosa, se fueron despegando de la idea. Don Florentino quedó “más solo que la una”, para vergüenza de los fans del Real.
Por supuesto, la “Superliga” sufrió ataques de otros frentes, incluyendo la FIFA, el Primer Ministro británico, otros equipos europeos, y hasta del Vaticano. Pero fueron los hinchas en las calles y en las puertas de los estadios los que con su protesta desmantelaron el proyecto de los más poderosos entre los poderosos.
¿Podrían los argentinos seguir el ejemplo de los hinchas europeos y desmantelar la Superliga de la corrupción y la impunidad local? Eso sí, tienen que tener en cuenta que con los comentarios indignados en las redes sociales no alcanza…¤

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