Es difícil articular, enhebrar las palabras, cuando en tu interior batallan un cúmulo de contradicciones. Y es que vos, Diego, fuiste la contradicción. Fuiste la genialidad en el arte del fútbol y la perfección del oxímoron en tu vida... como la Argentina misma.
Me has hecho reír, gritar, sentirme orgulloso, llorar y sufrir. Me has hecho feliz y me has hecho bajar el volumen del control remoto cientos de veces para no escucharte, para no insultarte... como a la Argentina misma.
Sabía que te ibas a ir pronto, como sé que si te hubieras cuidado, hasta los 50 te hubiéramos visto jugar en una cancha.
Fuiste otro de los milagros que nació en esta porción de tierra, en nuestro país.
Sin duda alguna fuiste el mejor, el que no se rendía nunca y del que todos esperábamos que frotaras la lámpara para regalarnos ese inexplicable resurgir de las cenizas... como la Argentina misma.
Naciste con un talento prodigioso, con un físico y una ocurrencia privilegiada, que te hizo subestimar cualquier circunstancia, te sentiste inmortal, te descuidaste y te llevó a derrochar los mejores años... como la Argentina misma.
No quisiste ser ejemplo, jamás manchaste la pelota, volaste alto y contestatario, fuiste el Carlo y el Che, el del barro y el de la soberbia, fuiste nuestro barrilete cósmico... como la Argentina misma.
Fuiste y sos el que me llena los ojos de lágrimas de saber que ya no estás entre nosotros.
Volá alto, barrilete, el cosmos te recibe entre sus brazos y Dios te espera para gritar tus goles... Hasta siempre, Diego... Diegooo... ¡Diegoool!¤