El título de esta editorial podría ser “Se viene una nueva vieja Argentina”. Ese efímero espacio de poder que fue el Cambiemos del presidente Mauricio Macri se desvanece sin pena ni gloria gracias a su propia ineptitud para solucionar los problemas heredados del previo gobierno, y el peronismo, una vez más, vuelve a ocupar el centro del universo de la política argentina.
Con un 48,1% de los votos contra 40,3%, la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Kirchner se impuso en primera vuelta al macrismo, en una elección hiperpolarizada entre peronismo y antiperonismo. Porque precisamente esa fue, en su mayoría, la fuerza motriz del espacio que se va: gran parte del electorado no estaba satisfecho con los escasos logros conseguidos por el gobierno de Macri, pero temía el regreso del peronismo, y sobre todo, del kirchnerismo, su versión más exaltada del populismo y la confrontación.
Alberto Fernández no es ninguna incógnita; uno de los más gatopardistas de los políticos argentinos, fue funcionario de casi todos los gobiernos de todo signo desde el 83 hasta aquí. Fue liberal cuando había que ser liberal, socialista cuando esa era la tendencia en el país, y moderado hoy, cuando había que balancear la fórmula con Cristina, la del “vamos por todo”. Fernández sabe de política y tiene muy en claro que está donde está gracias a su vicepresidenta, que lo eligió para encabezar la fórmula en los papeles, pero que será quien tome o apruebe las decisiones a partir de diciembre.
Mauricio Macri, por su parte, se ha debilitado y percibe que este es el fin de su efímera carrera política. Su espacio, sin embargo, se consolidó como una fuerza que podrá disputar el poder en el futuro, sobre todo encabezado por el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, quien arrasó en las elecciones de la ciudad capital, obteniendo un 55,9% de los votos, 10 puntos por sobre su más cercano contrincante, el candidato del Frente de Todos, Matías Lammens. Por su parte, la política con mejor imagen de Argentina y gran promesa de Cambiemos, María Eugenia Vidal, no pudo con el poder del peronismo bonaerense y dejará su cargo en diciembre en las manos del ex ministro de Economía del kirchnerismo, Axel Kiciloff.
El radicalismo, parte del espacio oficialista, salió fortalecido, aportando buenos resultados en Mendoza, Santa Fe, San Luis y Córdoba, y gracias al impulso del ¿radical? Martín Lousteau, quien se sumó a la campaña de Larreta en Capital. De aquí en más, podrá reclamar el lugar que el macrismo le había negado durante los pasados cuatro años.
Lo que queda en claro es que no hay una tercera fuerza en el país, tal vez porque esa tercera fuerza se encuentra dentro mismo de los dos espacios dominantes. Tanto el peronismo como Cambiemos contienen en su seno el apoyo y la disidencia, el extremismo y la moderación, y a nadie le sorprendería que varios de sus dirigentes se hagan a un lado y se pasen al bando contrario, o creen su propia fuerza más temprano que tarde.
Si alguien ha quedado decepcionado, más allá del actual presidente y la gobernadora Vidal, es el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, quien con medias y sandalias y su típico estilo moderado intentó colarse entre los dos de arriba, para finalmente conseguir un tercer puesto muy, muy lejos de Fernández y Macri. Con solo un 6,1% de los votos, Lavagna planea ya su retiro definitivo de la política.
Lo positivo: tras la vergonzosa transición anterior, esta vez el presidente saliente recibió al entrante al día siguiente de las elecciones para planear una transición ordenada y civilizada, como debe ser.
El balance del gobierno de Mauricio Macri dio en rojo; le alcanzaba con la mediocridad para no ser peor que su antecesora, pero ni siquiera logró ser mediocre. Su administración no supo controlar la inflación, algo que el mismo Macri consideraba muy fácil de hacer, y deja un nivel de pobreza superior al que recibió. A Alberto Fernández también le alcanzará con la mediocridad para al final de su mandato no dejar un país más empobrecido que el recibió.
Nos gustaría ser más optimistas, pero algo nos dice que otra vez estamos frente a otra gran decepción.¤