El hombre que afirmaba tener corazón.
¿Cómo eran los jerarcas nazis en la intimidad? ¿Cómo eran los que llevaron a cabo el genocidio más terrible de la historia del Siglo XX: el Holocausto/Shoa? ¿Cómo hablaban? ¿Qué pensaban? ¿Tenían sentimientos hacia sus familias? ¿Sus esposas e hijos? Su lado oscuro, su monstruosidad, ¿se podía observar a simple vista? ¿Eran personas que parecían normales mientras enviaban a millones de mujeres, niños y hombres a las cámaras de gas? ¿Cómo eran?
El mejor ejemplo para intentar dilucidar alguna de estas preguntas es Rudolf Höss, el Kommandant del campo de exterminio de Auschwitz (no confundirlo con Rudolf Hess, mano derecha de Adolf Hitler, que se arrojó de un avión en Escocia y terminó sus días suicidándose en la prisión de Spandau, Berlín Oeste, en 1987).
Sobre Rudolf Höss se sabe bastante, porque luego de ser detenido, mientras intentaba escapar a la Argentina para refugiarse, fue entrevistado varias veces. Y, además, escribió su propia autobiografía poco antes de que fuera colgado en Auschwitz, el mismo campo de exterminio que erigió y condujo despiadadamente durante varios años, y donde, bajo sus órdenes, millones de personas fueron asesinadas cruelmente en las cámaras de gas, fusiladas, ahorcadas o a través de trabajos forzados, hambre y enfermedades.
Höss, al que podría catalogarse como el criminal que individualmente asesinó a más personas en la historia, tenía una peculiar visión de sí mismo, que en nada coincide con la del monstruo que en realidad fue. Nació en Baden-Baden (Alemania) el 25 de diciembre de 1900. En navidad. ¡Qué ironía!
Estas son algunas de sus propias palabras.
El hombre:
“La Selva Negra comenzaba muy cerca de nuestra casa, y sus enormes pinos ejercían sobre mí una mágica atracción. No me atrevía a aventurarme en aquel bosque, sino que me limitaba a disfrutar de él desde la ladera de la montaña, a cuyos pies se extendía el valle”.
“Estaba loco por los caballos, nunca me cansaba de acariciarlos, hablarles y darles terrones de azúcar. Los cepillaba y me metía entre sus patas, para gran asombro de los campesinos. A nada temía, pues ningún animal me ha coceado o mordido.Incluso mantenía excelentes relaciones con un toro famoso por su mal carácter. Y los perros eran mis mejores amigos. Mi madre hacía lo imposible para apartarme de ese amor hacia los animales, que le parecía extremadamente peligroso”.
“Cuando cumplí siete años me regalaron un poni, Hans, todo negro, de largas crines y ojos brillantes. Me puso loco de contento; por fin tenía un compañero. Hans me seguía a todas partes como si fuera un perro y, cuando mis padres no estaban en casa, lo hacía entrar en mi habitación. Fui un alumno aplicado y trataba de hacer mis deberes lo antes posible a fin de disponer la mayor cantidad de tiempo posible para pasear con Hans”.
Como Rudolf amaba los animales y se comportaba muy bien, su padre pensó que estaba destinado a hacer el bien. ¡Justo él, que fue la personificación del mal en su máximo nivel!
“… Mi vocación parecía trazada de antemano, pues mi padre había jurado que yo tomaría los hábitos (sacerdote católico)… y me veía misionando en lo más recóndito de África, en plena selva virgen”. “…Salimos de peregrinación; fuimos a todos los lugares santos de Alemania, así como a Einsiedlen en Suiza (Desde la Edad Media, con su ‘Virgen Negra’ éste es el centro de peregrinación más importante de Suiza), y a Lourdes, en Francia. Mi padre rogaba que Dios me bendijera y me permitiera, en el futuro, convertirme en sacerdote”. “Mis padres me habían educado en el respeto hacia los adultos, en especial a las personas ancianas…”
Pero el destino de Rudolf tomó otro camino. Se enlistó en el ejército alemán durante la Gran Guerra de 1914-1918 y luego de la rendición germana continuó con su carrera militar como mercenario de los Freikorps. Curiosamente, en una incursión de esta banda de criminales en Letonia, Rudolf pudo observar escenas que lo horrorizaron:
“Por primera vez fui testigo de atrocidades cometidas contra la población civil, ¡Cuantas veces tendría que presenciar el horrible espectáculo de casas quemadas y cuerpos carbonizados de mujeres y niños! Me parecía entonces que la locura destructiva de los hombres había alcanzado su paroxismo y que no podría ir más allá”.
Increíblemente estas son las palabras del horrorizado creador, organizador y jefe del campo de exterminio de Auschwitz, donde ordenó asesinar a millones de personas y del cual, actualmente, se considera que es sinónimo de la máxima maldad.
El Monstruo: (Siendo Kommandant de Auschwitz)
“En el verano de 1941 me llamaron de Berlín para que me reuniera con Himmler. (Heinrich Himmler fue el comandante en jefe de la Schutzstaffel «SS» y de la Gestapo). Me dio la orden de construir campos de exterminio”, “…las palabras de Himmler literalmente fueron: 'El Führer (Adolf Hitler) ha decretado la Solución Final para el problema judío. Nosotros, las SS, tenemos que ejecutar esos planes'. Esa fue la explicación de Himmler”.
Y a partir de esa simple orden verbal, el otrora niño con vocación de misionero se convirtió en un monstruo, y sin remordimientos, sin horrorizarse, sin que le temblara el pulso, hizo asesinar a más de dos millones y medio de personas, mayormente mujeres, niños y ancianos. En su apogeo como Kommandant de Auschwitz la única preocupación de Rudolf era la eficiencia, según él mismo lo contó personalmente:
“En la época culminante del proceso, llegaban diariamente dos o tres trenes, cada uno de ellos con alrededor de dos mil personas. Esos fueron los tiempos más duros porque había que exterminarlos inmediatamente y las instalaciones para la incineración, incluso con los nuevos crematorios, no podían mantener el ritmo del exterminio”.
“Pensaba que esta acción contra los judíos era ineludible y estaba totalmente convencido y necesaria y correcto que era”.
“Cuando mi esposa se enteró, se disgustó mucho y le pareció cruel y terrible. Yo se lo expliqué del mismo modo que Himmler me lo había explicado a mí. Con esa explicación se quedó satisfecha y no volvimos a hablar de ello. Sin embargo, desde entonces con frecuencia comentó que sería mejor que me dieran un trabajo fuera de Auschwitz” .Difícil de explicar y aun más de entender, pero tanto Rudolf Höss como su esposa consideraban el exterminio de millones de personas como… un trabajo.
“No fue fácil para mí ni para los otros militares de la SS (matar a niños de las edades de los hijos de Höss) pero nos habían convencido de las ordenes y de la necesidad de cumplirlas. Si no me hubieran dado órdenes directas y, además razones para cumplirlas, habría sido incapaz de hacerlo por mi propia iniciativa, enviar a la muerte a miles, millones de personas”.
Rudolf Höss fue ahorcado el 16 de abril de 1946 en el mismo campo donde asesinó a millones de inocentes. A pesar de haber matado a tantas personas, quería que el gran público no lo considerara una “…bestia feroz, un sádico cruel, el asesino de millones de seres humanos: las masas no podrán tener otra imagen del ex comandante de Auschwitz. Nunca comprenderán que yo también tenía un corazón…”. ¤