Este 1 de marzo se cumple exactamente un siglo de la muerte de un símbolo argentino, el hombre que vivió en el aire y nos hizo volar a todos. Fue nuestro Leonardo Da Vinci, un dandy de una imaginación asombrosa que nunca se quedaba quieto, un tipo “bien”. De hecho, Celedonio Flores lo retrató en su tango Corrientes y Esmeralda:
Amainaron guapos junto a tus ochavas
cuando un cajetilla los calzó de cross
y te dieron lustre las patotas bravas
allá por el año...novecientos dos....
Este cajetilla había nacido el 27 de mayo de 1875 en Buenos Aires, aunque su padre estadounidense le dejó el apellido gringo. Este no salió de ningún Fuerte Apache, de ninguna populosa barriada bonaerense, no fue orillero ni murió en la más penosa de las miserias, como muchos de nuestros héroes. Por el contrario: tuvo la suerte de estudiar en las mejores escuelas argentinas, cursar ingeniería en Cornell, y ser alumno de Thomas Edison en el Drexel Institute de Filadelfia. Si bien fue ingeniero de profesión, sus pasiones fueron los aviones y los deportes.
Jorge Alejandro Newbery las hizo todas: fue uno de los propulsores del boxeo en Argentina (tenía, como decía Cátulo, un tremendo cross de derecha), fue campeón de disciplinas tan distintas como la esgrima y el remo, con algún que otro récord en natación y zambullidas. Pero lo recordamos por haber sido pionero de la aeronáutica argentina, por sus fascinantes viajes en globo y por sus aventuras en los primeros monoplanos del país. Si hasta el mismísimo aeroparque porteño lleva su nombre.
Newbery, otra vez, es un símbolo de una Argentina que hace 100 años levantaba vuelo a fuerza de emprendimiento, creatividad, inteligencia, pasión...
Habrá que recordar y emular este y otros ejemplos de argentinos inolvidables, para que el país vuelva a estar a la vanguardia de las naciones del mundo para felicidad de su pueblo y orgullo de las nuevas generaciones. ¤