La sociedad Argentina presenta preocupantes señales de fractura social. Por un lado se agrupan los que se autodefinen como “nosotros” y al resto los denominan “ellos”. Simplificando mucho: “nosotros” son los oficialistas, los cristinistas-kirchneristas, los que están de acuerdo con todo lo que hace el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, mientras que en la vereda de enfrente se agolpan “ellos”, la oposición, los que critican sin cesar cada medida.
Cabe señalar que entre estos últimos se destacan los integrantes de la “corpo” y “el monopolio”. Así llaman los oficialistas a una aglomeración caótica y difusa que incluye a toda la oposición, desde el grupo Clarín, el campo, el Fondo Monetario Internacional, los fondos buitre y a todos los que se pueda tildar de “enemigos”.
De acuerdo a las últimas elecciones, el porcentaje de cada bando mostraría que “nosotros”, o sea, “los amigos”, serían el 54% de la población, mientras que “ellos”, los “enemigos”, el 46% restante. De mantenerse esta proporción, el total de la ciudadanía estaría fragmentada casi en mitades perfectas. Algo demasiado serio y grave para la normal convivencia y desarrollo de cualquier país, y más para uno tercermundista como el nuestro.
Pero como no hay nada nuevo bajo el sol, este escenario no es desconocido en la historia del país, porque ya se vivieron situaciones similares (unitarios y federales, peronistas y antiperonistas, entre otras).
Lo más preocupante de lo que sucede en estos tiempos es la animosidad entre ambas partes, que pareciera aumentar día a día, así como la violencia verbal que se acrecienta en una espiral sin fin a pasos acelerados. Para colmo, aparecen dos fechas en el horizonte donde, al parecer, ambos bandos dirimirán sus luchas encarnizadas. Ya de por sí, la simbología utilizada para referirse a esos días no es la más recomendable, porque rememora acciones bélicas de proporciones épicas. Algo intranquilizante.
El más próximo, el “8N” se refiere al 8 de noviembre. Ese día se prepara una gran manifestación de opositores, (es decir, “ellos”, el “enemigo”, la “corpo”, el “monopolio”). Se espera que al atardecer miles de personas con cacerolas, pitos y matracas saldrán a las calles para demostrar públicamente su desagrado por el accionar del gobierno en general, y contra la presidenta en particular.
La misma fue convocada a través de las redes sociales y posteriormente difundida por los medios de comunicación, obviamente opositores. Lo realmente curioso de esta manifestación es que los participantes se desplazarán por sus propios medios. No serán arreados, como suelen serlo la mayoría de los manifestantes que participan de marchas multitudinarias que diariamente provocan el caos en el tránsito del centro de la ciudad de Buenos Aires.
Varios sectores y agrupaciones políticas y sociales aliadas al Gobierno pensaron hacer una “contramarcha federal” para contrarrestar el efecto psicológico que podría producir una multitudinaria participación ciudadana ese 7 de noviembre, pero hasta la fecha no hay nada confirmado.
De llevarse a cabo una gran manifestación “nacional y popular”, al parecer se la reserva para la otra fecha: el 7D, cuando, al parecer, se dirimirá la madre de todas las batallas.
Explicar el 7D es mucho más complicado, porque se ingresa en un territorio legal donde están actuando fiscales, jueces y abogados desde hace años, interpretando, desde posiciones enfrentadas, los artículos de la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual que fuera promulgada el 10 de octubre de 2009. Para complicar más el aspecto legal, hay otorgadas medidas cautelares que dificultan aun más la comprensión de lo que sucede.
Desde el punto de vista jurídico, la situación se presenta tan complicada que seguramente una de las partes (el gobierno) intentará involucrar a la mismísima Corte Suprema de Justicia para que dirima el embrollo legal actual.
No obstante la aparente complejidad del asunto, lo que se discute es muy sencillo y fácilmente comprensible. El gobierno, “nosotros”, quiere desguazar al influyente grupo Clarín al que acusa de ser un “monopolio”, aunque lo sea… relativamente. Ese día se intentará que el grupo Clarín opte por quedarse con el diario del mismo nombre o las señales de televisión TN (Todo Noticias) Canal 13, Metro, Volver o con Cablevisión, el mayor operador de cable del país.
Dado que el grupo Clarín pasó de ser ultrakirchnerista a ser claramente opositor, la única opción válida para el poder ejecutivo es desmembrarlo a fin de que pierda poder e influencia sobre millones de ciudadanos y por ello ya ordenó que todos los ministros, secretarios de Estado y funcionarios del más alto nivel participen activamente para lograr ese objetivo.
Mientras tanto, la mayoría de la población se mantiene ajena a esta disputa que provoca casi toda la atención de gobernantes y opositores. De hecho, los familiares de los 51 muertos y más de 700 heridos en el accidente ferroviario de la Estación Once reclamaron hace pocos días por qué el 22 de febrero, o sea el “22 F”, no despierta el interés de ningún funcionario.
Visto desde lejos, el clima de agresión y violencia verbal que emana desde despachos oficiales se justifica perfectamente. Si el 7D no pasa nada y el grupo Clarín sigue operando como hasta ahora, por lo menos durante un año más, la situación del gobierno se complicaría mucho, porque en las cruciales elecciones del año próximo se renuevan muchas bancas del Congreso Nacional. Y con el grupo Clarín en contra, la propaganda del gobierno quizás no surtirá tanto efecto, dado que la denuncia pública y constante de negociados y mala praxis gubernamental (nacional, provincial y municipal) podría mermar el número de diputados y senadores que obtenga el oficialismo y con ello podría esfumarse el proyecto de modificar la Constitución Nacional a fin de permitir la re-reelección indefinida de la presidenta de la Nación, lo que se conoce como el plan: “Cristina eterna”.
Lo realmente asombroso de todo esto es que el gobierno gasta miles de millones de pesos en propaganda oficial a través de “Fútbol para todos”, medios oficiales, espacios publicitarios, diarios, revistas, y aunque parezca increíble, multimedios de radio y televisión similares al grupo Clarín. El gran problema es que esas montañas de dinero no alcanzan para lograr lo deseado: interesar a los ciudadanos. La fría realidad indica que son muy pocos los que leen, escuchan o ven los medios oficialistas pro-gubernamentales. Las grandes audiencias prefieren los medios independientes y opositores.
¿Acaso será porque “los nuestros” insisten en mostrar un país de maravillas que no existe?